17/07/2019 La gran urbe, llena de estímulos, colores, estrellas colapsadas, mentes penetrantes e inspiradoras. Un teatro afín a las máscaras y a la creatividad. Un lugar en el que las distancias son monstruosas y donde el aire termina.
Era luna llena, en sagitario. Hoy ya hace un mes de esa luna. Ayer fue el eclipse, la luna azul, llena de formas que transitan hacia el limbo de los colores visibles al ojo humano.
Cuatro mujeres, de Barcelona, y un piso con temblores para ritualizar la luna. Le pedimos abundancia y agradecimos todo lo que hay proyectado en nuestras vidas. Nos llega el rapé, que nos permite conectarnos con nuestro primer ojo. En un lapso de tiempo, el pensamiento se pierde en el océano de los cristales rotos.
Aprendemos a florecer en el cemento. A reescribir el trayecto del colibrí en cada señal ardiente. Fuego. Aire. Tierra. Agua. Comprendo el sentido de cada elemento, y transito por las metas de cada uno. Una comunidad de mujeres, -la revolución silenciosa.
Es la atracción lo que comprende el movimiento en el universo ciudanal. En las calles las gentes pasean olvidándose de la divinidad que traen dentro. Y en el momento que llegan a observarse, en los reflejos de los escenarios, atraviesan el placer de hundirse en las aguas de la conciencia.
Me llega el recuerdo de cuando pisaba la ciudad de Barcelona, los primeros años de Universidad, siendo una chiquilla motivada por cada imagen que me estimulaba el alma y luego los poemas salían a marear mi inconsciente, el lugar oscuro y sublime donde la verdad se recoge.
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