19.05.2019
Aterricé y una bola de calor se pegó en mi cuerpo. De pronto, las primeras sensaciones fueron atravesándose en el aire. Dejé atrás ese espacio cerrado del cielo y las historias de una Rumana, que desapareció frenéticamente entre la gente –como si hubiera sido un sueño, o una misión de la vida,
lo que pasó allí, en ese avión.
Lo que estaba claro es que algo se había quedado entre los caminos del espacio. Y con mi corazón entre las manos, canalicé a cuidarlo como un cristal de luz.
La luna estaba llena y su reloj marcaba Escorpio. De repente, en el mar del Caribe, nos saludaba en su reflejo, y nos adentraba en el nuevo mundo. Uno que tal vez desconocíamos.
The Roof Bar y una señora recibiéndonos con alegría uruguaya. Nosotras aún en esa laguna del tiempo, intentando ser indomables. Allí empezó mi percepción de que era una tierra rica, por la gentileza de sus gentes.
Estábamos colapsadas, de tanta información del cielo. Los colores de la selva, los animales que nunca vi, las plantas maravillosas y el sargazo en el mar. Entender esta nueva atmósfera, con tanto calor, era muy denso.
Ese dolor de nuevo en mí.
Llamé a mi chamana, y me dormí.
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